“Nadie te puede robar el conocimiento” decía mi abuelo incitándome a seguir estudiando en la Universidad. Cuánta razón tenía… Además del aprendizaje de un oficio o una profesión y del hecho de aprender a tener una idea propia de la realidad, estudiar es una experiencia positiva que te deja muchas enseñanzas vitales, como por ejemplo: aprender a trabajar en grupo, consensuar opiniones, valorar mejor lo que tenemos, ganar amistades, etc. Por esta razón, es de vital importancia, inclusive para el crecimiento de nuestra sociedad, incentivar, fomentar y desarrollar la educación de nuestros ciudadanos.
Pero también es cierto que para esto hace falta mucho esfuerzo y sacrifico, no sólo de parte del estudiante, sino también de su familia y del estado. Pero más allá del presupuesto, del nivel educativo y de las múltiples cuestiones socio-políticas que afectan a esta función educativa, queremos detener nuestra mirada en un punto concreto que puede servir de muestra para una evaluación sobre lo que está ocurriendo en nuestro país.
En nuestra realidad Argentina, ocurre un extraño fenómeno, que cada día desalienta la idea de seguir un estudio y eso que en este país, muchos profesionales universitarios, ganan menos dinero que trabajadores con escaso o ningún nivel de educación.
Como prueba de lo antedicho, citamos un extracto de una nota publicada en el Diario La Nación, relacionada con este tema: “…Tras contar sus aventuras al volante del camión mediano con el que reparte alimentos por el cono-urbano bonaerense, Ramón Acevedo se queja: "Y todo eso por un poco más de 3000 pesos al mes". Su nivel primario incompleto no fue un impedimento para obtener la habilitación de la Comisión Nacional de Regulación del Transporte, cuyo requisito excluyente es, además de manejar el vehículo con la habilidad suficiente, pasar un examen psicofísico que garantice que la actividad se hará en forma responsable. "No te creas que es un carnaval; la plata alcanza para pucherear", dice, antes de trepar de un salto a la cabina del vehículo.
El ambo de Claudia B. ya perdió el color que lucía hace tres años, cuando entró a trabajar en el hospital Mario V. Larrain de Berisso, con su título bajo el brazo. Ni el diploma de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires ni los numerosos cursos que hizo durante su carrera le alcanzan para llegar a juntar el monto que percibe Ramón por prestar servicios en un mayorista. Se conforma, a sus 33 años, con 2300 pesos por mes, hasta que adquiera más experiencia y reconocimiento.
Para obtenerlos, pasa ocho o nueve horas diarias de lunes a viernes, y cinco, los sábados; además, hace guardias rotativas de 24 horas, a las que se suma una semanal de 12 horas. "De esta forma, se aprende, pero es cansador. Pasamos muchas horas adentro del hospital", dice.
Marco institucional
Pese a las diferencias en su cotidianeidad laboral, Claudia y Ramón tienen una similitud: son, por definición, trabajadores calificados. Aunque en la práctica los diferencien los años de estudio de ella y la suma que él percibe al mes. ¿Cómo se explica esto?, preguntó LA NACION a Juan Massot, director del área de Economía de la Universidad del Salvador.
"Tiene que ver con un marco institucional en el que los sindicatos han cobrado un poder de negociación, propio de un momento en que la economía crece y el empleo es alto. Hay una conjunción de dos factores: por un lado, está la tradición del sindicato que recuperó lo que motivó su origen: defender el capital humano, y por otro, el hecho de que una calificación y una educación de grado no son vistas como un diferencial en las personas. Existe un alto grado de homogeneización en el mercado y un marco de contención desregulado para los profesionales." Así, dice Massot, la retribución depende de la productividad marginal del profesional, que se inserta en un mercado en el que la oferta abunda y pierde poder de negociación. "Esto se da en especial en profesiones tradicionales y con los trabajadores junior ", aclara.
Como requisito para contratarla en una firma de entretenimiento multinacional, a Gabriela le pidieron estudios de grado y dos idiomas. Como su perfil de publicista hábil con el inglés e incluso el portugués encajaba con las condiciones, no tuvo mayores problemas para acceder al puesto. Hoy trabaja en blanco, ocho horas diarias, y cobra al mes 2100 pesos, gracias a un aumento reciente.
"Aunque el clima laboral es bueno y se trabaja con libertad, no estoy demasiado conforme con mi trabajo, porque no veo la posibilidad de crecimiento", dice Gabriela, que por ahora no consiguió nada mejor que la aliente a renunciar.
Javier Lindenboim, director del Centro de Estudios sobre Población, Empleo y Desarrollo de la Universidad de Buenos Aires e investigador del Conicet, intenta echar luz sobre el interrogante: "En la actualidad, el sistema educativo ha declinado lo suficiente como para que quien obtiene un título de grado no se encuentre en una situación diferente de otros. Es difícil tratar de buscar un explicación racional a lo que sucede, si en el país la racionalidad no está presente en la escala salarial relacionada con las capacidades de las personas".
Y concluye, con sus matices, en lo que es un denominador común entre los consultados: "Lo que sucede tiene que ver con la existencia o no de una institucionalidad que articule u organice a un sector laboral para favorecer a aquellos en ámbitos y en relaciones con el poder, y con la acumulación de experiencia en formas de presión".
Piso salarial
En julio, según un informe de la consultora SEL, el piso salarial promedio de los convenios llegó a los 2336 pesos mensuales. Ernesto Kritz lo explica: "Aunque no se puede señalar precisamente el dato de que la brecha entre la retribución de los profesionales y los trabajadores con menor grado de calificación se acorta, se puede ver que en el sector obrero industrial subió por encima del promedio, a diferencia del salario del sector medio".
Reinaldo conduce un camión mediano, con el cual transporta cereales desde Villa del Totoral, ubicada al norte de Córdoba, hacia el puerto de Rosario. El costo por trasladar 30 toneladas de cereales cerca de 500 kilómetros ronda los 3600 pesos por viaje. De esa suma, a él le corresponde un 20%. En plena zafra, hace ocho viajes en un mes, por lo cual su ingreso asciende a los 5760 pesos.
En el mismo período, Emiliano obtiene menor cantidad de dinero. Eso, a pesar de que ostenta una de las profesiones más demandadas en el país: es ingeniero y ya tiene una experiencia en el ámbito privado de casi diez años. El paso por la universidad no le garantiza una mejor retribución mensual que la fijada para un conductor de ferrocarril, según el convenio de La Fraternidad, en 5120 pesos (bruto).
En una importante empresa financiera internacional, trabaja Marcelo, analista en sistemas. Aunque la suya es una de las áreas del mercado laboral en el que hay una gran demanda, Marcelo debe trabajar un mes y medio para conseguir la suma del maquinista.
Con todo, un estudio del Centro de Estudios de la Nueva Economía (CENE) de la Universidad de Belgrano enciende una luz de esperanza para los jóvenes profesionales. "En la Argentina, pesa más la experiencia de los profesionales que el título", y por ello, la evolución de sus salarios será significativa con el correr de los años, aclara Víctor Beker, director del CENE..."
Pero también es cierto que para esto hace falta mucho esfuerzo y sacrifico, no sólo de parte del estudiante, sino también de su familia y del estado. Pero más allá del presupuesto, del nivel educativo y de las múltiples cuestiones socio-políticas que afectan a esta función educativa, queremos detener nuestra mirada en un punto concreto que puede servir de muestra para una evaluación sobre lo que está ocurriendo en nuestro país.
En nuestra realidad Argentina, ocurre un extraño fenómeno, que cada día desalienta la idea de seguir un estudio y eso que en este país, muchos profesionales universitarios, ganan menos dinero que trabajadores con escaso o ningún nivel de educación.
Como prueba de lo antedicho, citamos un extracto de una nota publicada en el Diario La Nación, relacionada con este tema: “…Tras contar sus aventuras al volante del camión mediano con el que reparte alimentos por el cono-urbano bonaerense, Ramón Acevedo se queja: "Y todo eso por un poco más de 3000 pesos al mes". Su nivel primario incompleto no fue un impedimento para obtener la habilitación de la Comisión Nacional de Regulación del Transporte, cuyo requisito excluyente es, además de manejar el vehículo con la habilidad suficiente, pasar un examen psicofísico que garantice que la actividad se hará en forma responsable. "No te creas que es un carnaval; la plata alcanza para pucherear", dice, antes de trepar de un salto a la cabina del vehículo.
El ambo de Claudia B. ya perdió el color que lucía hace tres años, cuando entró a trabajar en el hospital Mario V. Larrain de Berisso, con su título bajo el brazo. Ni el diploma de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires ni los numerosos cursos que hizo durante su carrera le alcanzan para llegar a juntar el monto que percibe Ramón por prestar servicios en un mayorista. Se conforma, a sus 33 años, con 2300 pesos por mes, hasta que adquiera más experiencia y reconocimiento.
Para obtenerlos, pasa ocho o nueve horas diarias de lunes a viernes, y cinco, los sábados; además, hace guardias rotativas de 24 horas, a las que se suma una semanal de 12 horas. "De esta forma, se aprende, pero es cansador. Pasamos muchas horas adentro del hospital", dice.
Marco institucional
Pese a las diferencias en su cotidianeidad laboral, Claudia y Ramón tienen una similitud: son, por definición, trabajadores calificados. Aunque en la práctica los diferencien los años de estudio de ella y la suma que él percibe al mes. ¿Cómo se explica esto?, preguntó LA NACION a Juan Massot, director del área de Economía de la Universidad del Salvador.
"Tiene que ver con un marco institucional en el que los sindicatos han cobrado un poder de negociación, propio de un momento en que la economía crece y el empleo es alto. Hay una conjunción de dos factores: por un lado, está la tradición del sindicato que recuperó lo que motivó su origen: defender el capital humano, y por otro, el hecho de que una calificación y una educación de grado no son vistas como un diferencial en las personas. Existe un alto grado de homogeneización en el mercado y un marco de contención desregulado para los profesionales." Así, dice Massot, la retribución depende de la productividad marginal del profesional, que se inserta en un mercado en el que la oferta abunda y pierde poder de negociación. "Esto se da en especial en profesiones tradicionales y con los trabajadores junior ", aclara.
Como requisito para contratarla en una firma de entretenimiento multinacional, a Gabriela le pidieron estudios de grado y dos idiomas. Como su perfil de publicista hábil con el inglés e incluso el portugués encajaba con las condiciones, no tuvo mayores problemas para acceder al puesto. Hoy trabaja en blanco, ocho horas diarias, y cobra al mes 2100 pesos, gracias a un aumento reciente.
"Aunque el clima laboral es bueno y se trabaja con libertad, no estoy demasiado conforme con mi trabajo, porque no veo la posibilidad de crecimiento", dice Gabriela, que por ahora no consiguió nada mejor que la aliente a renunciar.
Javier Lindenboim, director del Centro de Estudios sobre Población, Empleo y Desarrollo de la Universidad de Buenos Aires e investigador del Conicet, intenta echar luz sobre el interrogante: "En la actualidad, el sistema educativo ha declinado lo suficiente como para que quien obtiene un título de grado no se encuentre en una situación diferente de otros. Es difícil tratar de buscar un explicación racional a lo que sucede, si en el país la racionalidad no está presente en la escala salarial relacionada con las capacidades de las personas".
Y concluye, con sus matices, en lo que es un denominador común entre los consultados: "Lo que sucede tiene que ver con la existencia o no de una institucionalidad que articule u organice a un sector laboral para favorecer a aquellos en ámbitos y en relaciones con el poder, y con la acumulación de experiencia en formas de presión".
Piso salarial
En julio, según un informe de la consultora SEL, el piso salarial promedio de los convenios llegó a los 2336 pesos mensuales. Ernesto Kritz lo explica: "Aunque no se puede señalar precisamente el dato de que la brecha entre la retribución de los profesionales y los trabajadores con menor grado de calificación se acorta, se puede ver que en el sector obrero industrial subió por encima del promedio, a diferencia del salario del sector medio".
Reinaldo conduce un camión mediano, con el cual transporta cereales desde Villa del Totoral, ubicada al norte de Córdoba, hacia el puerto de Rosario. El costo por trasladar 30 toneladas de cereales cerca de 500 kilómetros ronda los 3600 pesos por viaje. De esa suma, a él le corresponde un 20%. En plena zafra, hace ocho viajes en un mes, por lo cual su ingreso asciende a los 5760 pesos.
En el mismo período, Emiliano obtiene menor cantidad de dinero. Eso, a pesar de que ostenta una de las profesiones más demandadas en el país: es ingeniero y ya tiene una experiencia en el ámbito privado de casi diez años. El paso por la universidad no le garantiza una mejor retribución mensual que la fijada para un conductor de ferrocarril, según el convenio de La Fraternidad, en 5120 pesos (bruto).
En una importante empresa financiera internacional, trabaja Marcelo, analista en sistemas. Aunque la suya es una de las áreas del mercado laboral en el que hay una gran demanda, Marcelo debe trabajar un mes y medio para conseguir la suma del maquinista.
Con todo, un estudio del Centro de Estudios de la Nueva Economía (CENE) de la Universidad de Belgrano enciende una luz de esperanza para los jóvenes profesionales. "En la Argentina, pesa más la experiencia de los profesionales que el título", y por ello, la evolución de sus salarios será significativa con el correr de los años, aclara Víctor Beker, director del CENE..."
Conclusiones finales:
Además de todo lo mencionado no debemos olvidar la gran cantidad de personas que luego de obtener un título de grado, no obtienen trabajo y para poder sobrevivir deben recurrir a trabajos que podrían haber realizado antes de ingresar a la Universidad.
Lo dicho no significa que se pretende que los camioneros o los puestos relacionados con la mano de obra cobren menos, al contrario es necesario que sigan mejorando sus salarios, lo que se intenta mostrar es que en nuestro país, no se retribuye la calificación, el esfuerzo y el desarrollo personal, por el contrario se los castiga; por esta razón una persona que decide hacer el esfuerzo de invertir 6 o 7 años de su vida para prepararse, que apuesta a retrasar su independencia económica por varios años, que exige un esfuerzo mayúsculo por parte de su familia que le permita llevar adelante su elección, cuando llega al final de su carrera debe replantearse intentar hacer eso para lo que preparó o tirar todo a la basura y comenzar a trabajar de taxista, camionero o empleado para poder mantener a su familia, porque esos sueldos son superiores a los que podía conseguir con su profesión.
Esta situación, además del despilfarro de recursos y esfuerzos que implica, significa una frustración personal para aquel que invirtió tantos años y esfuerzos que no fueron reconocidos, ni retribuidos.
Pero lamentablemente esto no es lo más grave, sino que hay consecuencias peores a nivel social, porque un país donde no se re-tribuye la calificación y el desarrollo personal, está hipotecando su futuro, condenándose a un lento deterioro y un atraso progresivo que afectará a la suma de los habitantes de esa nación.
Esto debe hacernos replantear, si queremos seguir teniendo un país que “funciona” a la buena de dios, con parches de emergencia y sin planificación.
Por eso, es necesario que comencemos a tomar un rol importante en el control de los actos de gobierno, reclamando socialmente, no sólo cuando nuestros bolsillos están flacos, sino también reclamando eficiencia en el ejercicio de la función pública y políticas de desarrollo…sino estaremos condenados a ser un país donde a todo “lo atamos con alambre”. (Fuente: Diario La Nación).
Lo dicho no significa que se pretende que los camioneros o los puestos relacionados con la mano de obra cobren menos, al contrario es necesario que sigan mejorando sus salarios, lo que se intenta mostrar es que en nuestro país, no se retribuye la calificación, el esfuerzo y el desarrollo personal, por el contrario se los castiga; por esta razón una persona que decide hacer el esfuerzo de invertir 6 o 7 años de su vida para prepararse, que apuesta a retrasar su independencia económica por varios años, que exige un esfuerzo mayúsculo por parte de su familia que le permita llevar adelante su elección, cuando llega al final de su carrera debe replantearse intentar hacer eso para lo que preparó o tirar todo a la basura y comenzar a trabajar de taxista, camionero o empleado para poder mantener a su familia, porque esos sueldos son superiores a los que podía conseguir con su profesión.
Esta situación, además del despilfarro de recursos y esfuerzos que implica, significa una frustración personal para aquel que invirtió tantos años y esfuerzos que no fueron reconocidos, ni retribuidos.
Pero lamentablemente esto no es lo más grave, sino que hay consecuencias peores a nivel social, porque un país donde no se re-tribuye la calificación y el desarrollo personal, está hipotecando su futuro, condenándose a un lento deterioro y un atraso progresivo que afectará a la suma de los habitantes de esa nación.
Esto debe hacernos replantear, si queremos seguir teniendo un país que “funciona” a la buena de dios, con parches de emergencia y sin planificación.
Por eso, es necesario que comencemos a tomar un rol importante en el control de los actos de gobierno, reclamando socialmente, no sólo cuando nuestros bolsillos están flacos, sino también reclamando eficiencia en el ejercicio de la función pública y políticas de desarrollo…sino estaremos condenados a ser un país donde a todo “lo atamos con alambre”. (Fuente: Diario La Nación).
Gabriel Bertino
0 comentarios
Publicar un comentario