Tiene una platea preferencial en Punta Ballena, Uruguay, donde construyó un verdadero paraíso. Cerca de cumplir 85 años, este artista montevideano que supo codearse con Brigitte Bardot, Pablo Picasso y Salvador Dalí nunca olvidó al hombre de la calle, al pescador y a los candomberos, que capturó y homenajeó en sus obras repletas de luz.
En poco tiempo Carlos Páez Vilaró cumplirá 85 años (el 1ero. de noviembre). Y como homenaje reproduciremos parte de una entevista que le concedio al Diario La nación hace unos años.
"Mis cuadros y mis dibujos me sirvieron para el trueque, para pagar hoteles por el mundo, para solventar mis gastos", reconoce al repasar historias increíbles, que cuenta con una memoria que genera envidia…Nacido en una familia acomodada, prefirió ser el libretista de una historia fantástica, en la que también es el protagonista.
Todos los días, al atardecer se hace en el complejo de Casapueblo (que también cobija su atelier, un museo y un hotel) la ceremonia del sol, con la lectura de un largo poema escrito por Páez, que concluye cuando el sol se apaga en el horizonte.
-Tenía 17, 18 años y me quise probar en Buenos Aires -recuerda-. En Pocitos miraba el río y pensaba en Buenos Aires; me atraía cruzar el río, sentía que era el primer tablado para muchos uruguayos exitosos. Un día me tomé el buque de Mihanovich y viajé en tercera clase a La Boca de Quinquela.
Mi primer trabajo fue en una empresa de fósforos Mantero y Balza, que estaba al final de la avenida Mitre. Tenía que pegar las cabecitas de fósforo, pero era muy chambón, se me pegaban y formaba matrimonios... En Mitre y Pavón, mientras esperaba el colectivo 8 que ahí doblaba hacia Quilmes, les regalaba dibujos a los peatones.
Después entró como aprendiz en una imprenta.
-La Fabril Financiera, que tenía tres turnos y 1500 obreros. Allí llegué a conocer a grandes dibujantes, como Dante Quinterno, Divito, Lino Palacios. Mis primeros dibujos fueron caricaturas.
En su atelier tiene una biblioteca donde guarda todos los recortes de prensa sobre él y su obra, desde 1939. Con gusto exhibe unos trazos de adolescentes con caricaturas de Patoruzú, el Gordo y el Flaco, entre otros.
-Imagino que la rutina de obrero en la imprenta no le gustaría demasiado...
-Como era inquieto, pasé por todos los puestos, aprendí mucho. Yo tenía el número 513 en la espalda; marcábamos tarjeta al entrar y salir, y parecía la fila de un presidio. A las seis y cuarto tomaba el tranvía 22 que iba cascabeleando hasta Iriarte 2035. Pagaba el boleto obrero a cinco centavos.
-¿Alguna vez volvió?
-Hace seis años, y el nuevo dueño me regaló una máquina de escribir de aquellos tiempos. Siempre digo que es la máquina que usaba yo. El único diploma que recibí en mi vida fue el de la Academia Pitman, en mecanografía. Escribía 45 palabras por minuto. No me gustan mucho los diplomas. Yo creo que el mundo es como un largo corredor: uno tiene que abrir puertas, y siempre estoy tentado a abrirlas. Me seducen los picaportes. Me tiro al océano y me doy cuenta de que el hallazgo me seduce.
-¿Tiene paciencia para retocar y corregir una obra?
-Cuando hago el primer punto sigo línea y quiero llegar al final. Puede ser que para todo sea superficial. Pero me gusta terminar las cosas.
-¿Cómo se metió en la pintura trabajando como obrero?
-En una época vivía en el altillo de una pensión que estaba en Piedras 363, al lado de un club político que se llamaba El Pocho al que había ido Juan Domingo Perón cuando era coronel. Luego pasé al hotel Gloria, en la Avenida de Mayo 874, habitación 18, que regenteaba la señora de Castromán. Cerca de allí había una academia de baile, donde nació mi pasión por dibujar en los cabarets del Bajo. En uno me dejaron dibujar en las mesas, a cambio de sacar a bailar a las chicas que querían mostrarse. Me llamaban el Oriental. Gracias a mis dibujos entré como cadete en la agencia de publicidad Berg y Cía. Luego pinté un chico frente a un pizarrón, con una operación escrita que decía 34 + 5, y un texto. Fui con el dibujo a la firma Picardo, que hacía los cigarrillos 43, y me lo compraron. Llamé a mi madre para contarle la buena noticia, y me gasté el dinero en la llamada telefónica.
Más tarde se enfermó y gracias a la ayuda de amigos y un hermano volvió a Uruguay.
-En Montevideo encontré tremenda chatura. Venía de la Buenos Aires de D’Arienzo, de Paquito Bustos, y quería volver. Pero un día, en el barrio de Palermo, oí ruido de tambores, vi una cumparsita muy triste, con su mamá vieja, con un viejito epiléptico que la acompañaba. Me dije: Ahí está la cosa. Me dejé tragar por la garganta de aquel conventillo, que tenía esa dentadura de sábanas blancas. Juan Angel Silva me habilitó una habitación como atelier. Era la pieza yacumenza porque estaba al lado de la habitación de una brasileña que decía ya cumenza o ruido infernal cuando escuchaba el repiquetear de tambores. Aprendí a tocar el tamboril, el piano…. La vida del conventillo fue lo que me inspiró para hacer Casapueblo.
La galería Wildenstein le abrió las puertas de Buenos Aires a su primera exposición. Fue en Florida al 914: "Quise buscar un negro más profundo y me fui a Bahía", recuerda Páez. Eso también lo guió, en 1956, a Dakar. Recorrió Africa pintando.
Desembarcó en Punta del Este a mitad de los años cincuenta. Se ubicó en una torre chiquita de la Parada tres. Pero siempre viajó por el mundo.
-Una vez, en Tailandia, me encargaron un mural para un restaurante llamado María. Uno me alertó: "Después que lo pintes no te van a pagar". Entonces hice los pájaros sin pico, para terminarlos cuando me pagaran. Y al final me pagaron con 88 dólares y una noche con la hija de la dueña. ¡Era una gordita con cara de zarzuela!
Llegó al lomo de la ballena, a una Punta del Este deshabitada. Con ayuda de unos pescadores construyó La hermandad de la casilla de lata, que durante la dictadura militar de la década del 70 fue demolida. En 1958 hizo La Pionera, una casita aún metida en Casapueblo.
-Respeté la naturaleza. Fui a hablar con Abdon Ramos, un pescador de Las Grutas. Le dije: Vengo a pedirle permiso para construir en la ballena porque usted es el dueño del paisaje. Lo encontré leyendo a Borges.
Usó su imaginación y las manos para moldear paredes y techos que rompen con la idea de lo plano: "Vi que podía forrar madera con alambre y que con el portland cubría espacios, hacía ventanas y puertas. Todo floreció con la ayuda de amigos".
-¿Fue su principal obra?
-No. La principal fue la capilla multicultos en el cementerio Los Cipreses, de San Isidro. El mérito fue haber logrado vida en medio de la muerte. (Fuente:Diario La Nación).
"Mis cuadros y mis dibujos me sirvieron para el trueque, para pagar hoteles por el mundo, para solventar mis gastos", reconoce al repasar historias increíbles, que cuenta con una memoria que genera envidia…Nacido en una familia acomodada, prefirió ser el libretista de una historia fantástica, en la que también es el protagonista.
Todos los días, al atardecer se hace en el complejo de Casapueblo (que también cobija su atelier, un museo y un hotel) la ceremonia del sol, con la lectura de un largo poema escrito por Páez, que concluye cuando el sol se apaga en el horizonte.
-Tenía 17, 18 años y me quise probar en Buenos Aires -recuerda-. En Pocitos miraba el río y pensaba en Buenos Aires; me atraía cruzar el río, sentía que era el primer tablado para muchos uruguayos exitosos. Un día me tomé el buque de Mihanovich y viajé en tercera clase a La Boca de Quinquela.
Mi primer trabajo fue en una empresa de fósforos Mantero y Balza, que estaba al final de la avenida Mitre. Tenía que pegar las cabecitas de fósforo, pero era muy chambón, se me pegaban y formaba matrimonios... En Mitre y Pavón, mientras esperaba el colectivo 8 que ahí doblaba hacia Quilmes, les regalaba dibujos a los peatones.
Después entró como aprendiz en una imprenta.
-La Fabril Financiera, que tenía tres turnos y 1500 obreros. Allí llegué a conocer a grandes dibujantes, como Dante Quinterno, Divito, Lino Palacios. Mis primeros dibujos fueron caricaturas.
En su atelier tiene una biblioteca donde guarda todos los recortes de prensa sobre él y su obra, desde 1939. Con gusto exhibe unos trazos de adolescentes con caricaturas de Patoruzú, el Gordo y el Flaco, entre otros.
-Imagino que la rutina de obrero en la imprenta no le gustaría demasiado...
-Como era inquieto, pasé por todos los puestos, aprendí mucho. Yo tenía el número 513 en la espalda; marcábamos tarjeta al entrar y salir, y parecía la fila de un presidio. A las seis y cuarto tomaba el tranvía 22 que iba cascabeleando hasta Iriarte 2035. Pagaba el boleto obrero a cinco centavos.
-¿Alguna vez volvió?
-Hace seis años, y el nuevo dueño me regaló una máquina de escribir de aquellos tiempos. Siempre digo que es la máquina que usaba yo. El único diploma que recibí en mi vida fue el de la Academia Pitman, en mecanografía. Escribía 45 palabras por minuto. No me gustan mucho los diplomas. Yo creo que el mundo es como un largo corredor: uno tiene que abrir puertas, y siempre estoy tentado a abrirlas. Me seducen los picaportes. Me tiro al océano y me doy cuenta de que el hallazgo me seduce.
-¿Tiene paciencia para retocar y corregir una obra?
-Cuando hago el primer punto sigo línea y quiero llegar al final. Puede ser que para todo sea superficial. Pero me gusta terminar las cosas.
-¿Cómo se metió en la pintura trabajando como obrero?
-En una época vivía en el altillo de una pensión que estaba en Piedras 363, al lado de un club político que se llamaba El Pocho al que había ido Juan Domingo Perón cuando era coronel. Luego pasé al hotel Gloria, en la Avenida de Mayo 874, habitación 18, que regenteaba la señora de Castromán. Cerca de allí había una academia de baile, donde nació mi pasión por dibujar en los cabarets del Bajo. En uno me dejaron dibujar en las mesas, a cambio de sacar a bailar a las chicas que querían mostrarse. Me llamaban el Oriental. Gracias a mis dibujos entré como cadete en la agencia de publicidad Berg y Cía. Luego pinté un chico frente a un pizarrón, con una operación escrita que decía 34 + 5, y un texto. Fui con el dibujo a la firma Picardo, que hacía los cigarrillos 43, y me lo compraron. Llamé a mi madre para contarle la buena noticia, y me gasté el dinero en la llamada telefónica.
Más tarde se enfermó y gracias a la ayuda de amigos y un hermano volvió a Uruguay.
-En Montevideo encontré tremenda chatura. Venía de la Buenos Aires de D’Arienzo, de Paquito Bustos, y quería volver. Pero un día, en el barrio de Palermo, oí ruido de tambores, vi una cumparsita muy triste, con su mamá vieja, con un viejito epiléptico que la acompañaba. Me dije: Ahí está la cosa. Me dejé tragar por la garganta de aquel conventillo, que tenía esa dentadura de sábanas blancas. Juan Angel Silva me habilitó una habitación como atelier. Era la pieza yacumenza porque estaba al lado de la habitación de una brasileña que decía ya cumenza o ruido infernal cuando escuchaba el repiquetear de tambores. Aprendí a tocar el tamboril, el piano…. La vida del conventillo fue lo que me inspiró para hacer Casapueblo.
La galería Wildenstein le abrió las puertas de Buenos Aires a su primera exposición. Fue en Florida al 914: "Quise buscar un negro más profundo y me fui a Bahía", recuerda Páez. Eso también lo guió, en 1956, a Dakar. Recorrió Africa pintando.
Desembarcó en Punta del Este a mitad de los años cincuenta. Se ubicó en una torre chiquita de la Parada tres. Pero siempre viajó por el mundo.
-Una vez, en Tailandia, me encargaron un mural para un restaurante llamado María. Uno me alertó: "Después que lo pintes no te van a pagar". Entonces hice los pájaros sin pico, para terminarlos cuando me pagaran. Y al final me pagaron con 88 dólares y una noche con la hija de la dueña. ¡Era una gordita con cara de zarzuela!
Llegó al lomo de la ballena, a una Punta del Este deshabitada. Con ayuda de unos pescadores construyó La hermandad de la casilla de lata, que durante la dictadura militar de la década del 70 fue demolida. En 1958 hizo La Pionera, una casita aún metida en Casapueblo.
-Respeté la naturaleza. Fui a hablar con Abdon Ramos, un pescador de Las Grutas. Le dije: Vengo a pedirle permiso para construir en la ballena porque usted es el dueño del paisaje. Lo encontré leyendo a Borges.
Usó su imaginación y las manos para moldear paredes y techos que rompen con la idea de lo plano: "Vi que podía forrar madera con alambre y que con el portland cubría espacios, hacía ventanas y puertas. Todo floreció con la ayuda de amigos".
-¿Fue su principal obra?
-No. La principal fue la capilla multicultos en el cementerio Los Cipreses, de San Isidro. El mérito fue haber logrado vida en medio de la muerte. (Fuente:Diario La Nación).
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