Su primer recuerdo es a los ocho meses, en Roma, adonde nació en 1980 por el exilio familiar. “¡Está comprobado que tengo recuerdos muy claros y muy buena memoria!”, asegura la actriz Antonella Costa sobre su infancia italiana hasta los cuatro años, cuando los tres regresaron a la Argentina.
El papá, el actor chileno Martín Andrade (nombre artístico de Juan Manuel Costa Andrade), trabajó con Leonardo Favio en Gatica, el mono y El dependiente, y la madre, la escritora cordobesa Susana Degoy, falleció en enero después de dos años de enfermedad. “Su último libro de cuentos, el único que no pudo dedicarme de puño y letra, no lo puedo abrir; empecé a leerlo y lo dejé”, dice con una sonrisa casi de disculpa. Porque la chica –delgada, pequeña y de facciones renacentistas– nunca deja de sonreír, de reírse, de ella y de lo que le toca, con la misma saludable despreocupación con la que muestra su desnudez en la pantalla.
“Con los desnudos no tengo ninguna dificultad ni el menor prejuicio. Que quede claro: sé lo que significa, no es que voy al baño con la puerta abierta o que en medio de una filmación almuerzo en pelotas con los técnicos. No soy exhibicionista pero no vivo mi cuerpo como una carga. No es perfecto ni responde a la moda; me parece lindo y es como un hijo, que no lo comparás con los demás”, dice la protagonista de No mires para abajo, la última película de Eliseo Subiela, en la que aparece junto a Leandro Stivelman casi todo el tiempo sin nada, pero nada, de ropas.
Ella es Elvira, la joven mujer que introducirá al inexperto Eloy en el tao del amor y el sexo. “Leí mucho sobre sexo tántrico. Lástima que no lo pude practicar con nadie (risas). Lo que le sugerí a Eliseo fue hacer junto a Leandro, a quien no conocía, un entrenamiento de yoga, para practicar poses y respiración, sin ninguna connotación sexual, y eso nos sirvió mucho”, explica la protagonista, que se animó a ser capturada por la cámara de frente, atrás y perfil mientras le sugería con voz docente posiciones y paciencias a su ansioso partenaire.
“Aunque el personaje me encantó hacerlo, no me sentí para nada identificada ni tenía nada que ver conmigo. Jamás podría estar así habándole al pobre hombre todo el tiempo –aclara y larga una carcajada– mientras lo hacemos, pero eso es Subiela, preguntale a él. Hice lo que me pedía el guión y las escenas son muy estilizadas, parece una danza, no hay erotismo. Subiela te puede gustar o no pero es un director mítico con quien quería trabajar.”
Desfachatez al margen, al estreno no invitó amigos: “Ahí sí me da pudor. No les iba a decir ‘vengan a verme’, como si fuera una ceremonia; que hagan como quieran. A mi papá ni me animé a preguntarle”.
–¿Y los novios o parejas qué dicen ante ese tipo de escenas?
–¡Ojalá tuviera algún novio que se enojara por eso! (risas). Como siempre salí con camarógrafos y tipos del palo, entienden de qué se trata; distinto sería con un médico, bah, con un ginecólogo a lo mejor, no, ja. La única vez que uno se molestó fue con Cobrador, in god we trust (del mexicano Paul Leduc, 2006), que estaba con un negro, que sé yo, viste cómo les rejode con un negro.
Separada y mamá de Félix, que tuvo hace 4 años y medio con el fotógrafo y camarógrafo Guillermo “Bill” Nieto, histórico colaborador de Pablo Trapero, tampoco le quita el sueño que el pequeño Edipo se encuentre algún día con No mires para abajo: “No le daría esa película para que la tenga al lado de la de Bob Esponja. Pero tampoco lo impediría porque no me avergüenza en absoluto. Por otro lado, no hay reglas para traumatizar a los niños”.
Más autodidacta que estudiosa, debutó en teatro a los 11 años, en Woyzeck, de Büchner, en el San Martín, con dirección de Ricardo Holcer. A los 14, entró a la tele con Grande, Pá!, y a los 18 protagonizó Garage Olimpo, la primera de sus casi 20 películas, un verdadero récord para una actriz sub-30 en la Argentina, que incluye trabajos con Eduardo Mignona (La fuga y El viento), Walter Salles (Diario de una motocicleta) y Paula de Luque (El vestido, que este martes se presenta en el festival de Amiens.
“Hacer cine es una decisión, algo que busco y de lo que se puede vivir, aunque este año grabé Epitafios 2. En cine, los papeles son entre 20 y 30 años, mientras que en la tele y el teatro podés encontrar personajes para más grandes. Tengo que aprovechar ahora que tengo 28”, afirma.
–¿Cómo conseguís tanto en cine? ¿Te llaman o los buscás?
–Me dedico a perseguir directores, que son como divas a las que hay que cortejar pero bien, saber hacerlo. Mirá este ejemplo: acabo de filmar en Uruguay, Mal día para pescar, basada en un cuento de Onetti. El director uruguayo Álvaro Brechner me llamó un día y dijo que yo le gustaba mucho como actriz pero que no estaba seguro de darme el papel de Adriana en la película. Así que durante meses hice todo lo posible para demostrarle que podía hacerlo. Y la hice. Va a ir a Cannes, acordate.
–¿A quién más perseguiste?
–A Walter Salles y a Darío Nardi, un rosarino que va a filmar su ópera prima. Me gustó el proyecto y le mandé un mail. Pero la mayoría de las veces me llaman ellos, eh.
–¿No temés encasillarte...
–... como la actriz de películas de desaparecidos y desnudos? No, después de la de Subiela no hice ninguno.
–¿Harías desnudo en revistas?
–Depende. Me crié mirando las Playboy que tenían mis viejos. Me fascinaban esas mujeres naturales, sin photoshop. Se les notaba la textura de la piel y aunque estuvieran con bikinis grandotas, estaban mucho más desnudas que lo que se muestra hoy, donde no tenés ni idea de cómo son en verdad.
Del desnudo al rol de amiga de Felicitas Guerrero
Hace cuatro semanas que Antonella Costa filma Felicitas, el drama histórico que dirige Teresa Constantini, con Sabrina Garciarena como protagonista, Gonzalo Heredia (el enamorado Enrique Ocampo), Alejandro Awada (el padre), Ana Celentano (la madre) y Luis Brandoni (el marido, Álzaga).
“Cuando volví del Uruguay, de filmar Mal día para pescar, me llamaron para el papel de Manuela, la amiga íntima de Felicitas. Primero dije que no, porque no quería hacer de amiga, tenía prejuicios con ese rol, que suele ser la gordita que está para dar pie a que la protagonista diga cosas que el guionista no supo ubicar en otro lado (risas). Pero acepté cuando leí el libro, porque es un personaje con mucho peso, muy interesante. El vestuario es divino y Teresa sabe tratar a los actores”. (Fuente: Diario Critica de la Argentina).
El papá, el actor chileno Martín Andrade (nombre artístico de Juan Manuel Costa Andrade), trabajó con Leonardo Favio en Gatica, el mono y El dependiente, y la madre, la escritora cordobesa Susana Degoy, falleció en enero después de dos años de enfermedad. “Su último libro de cuentos, el único que no pudo dedicarme de puño y letra, no lo puedo abrir; empecé a leerlo y lo dejé”, dice con una sonrisa casi de disculpa. Porque la chica –delgada, pequeña y de facciones renacentistas– nunca deja de sonreír, de reírse, de ella y de lo que le toca, con la misma saludable despreocupación con la que muestra su desnudez en la pantalla.
“Con los desnudos no tengo ninguna dificultad ni el menor prejuicio. Que quede claro: sé lo que significa, no es que voy al baño con la puerta abierta o que en medio de una filmación almuerzo en pelotas con los técnicos. No soy exhibicionista pero no vivo mi cuerpo como una carga. No es perfecto ni responde a la moda; me parece lindo y es como un hijo, que no lo comparás con los demás”, dice la protagonista de No mires para abajo, la última película de Eliseo Subiela, en la que aparece junto a Leandro Stivelman casi todo el tiempo sin nada, pero nada, de ropas.
Ella es Elvira, la joven mujer que introducirá al inexperto Eloy en el tao del amor y el sexo. “Leí mucho sobre sexo tántrico. Lástima que no lo pude practicar con nadie (risas). Lo que le sugerí a Eliseo fue hacer junto a Leandro, a quien no conocía, un entrenamiento de yoga, para practicar poses y respiración, sin ninguna connotación sexual, y eso nos sirvió mucho”, explica la protagonista, que se animó a ser capturada por la cámara de frente, atrás y perfil mientras le sugería con voz docente posiciones y paciencias a su ansioso partenaire.
“Aunque el personaje me encantó hacerlo, no me sentí para nada identificada ni tenía nada que ver conmigo. Jamás podría estar así habándole al pobre hombre todo el tiempo –aclara y larga una carcajada– mientras lo hacemos, pero eso es Subiela, preguntale a él. Hice lo que me pedía el guión y las escenas son muy estilizadas, parece una danza, no hay erotismo. Subiela te puede gustar o no pero es un director mítico con quien quería trabajar.”
Desfachatez al margen, al estreno no invitó amigos: “Ahí sí me da pudor. No les iba a decir ‘vengan a verme’, como si fuera una ceremonia; que hagan como quieran. A mi papá ni me animé a preguntarle”.
–¿Y los novios o parejas qué dicen ante ese tipo de escenas?
–¡Ojalá tuviera algún novio que se enojara por eso! (risas). Como siempre salí con camarógrafos y tipos del palo, entienden de qué se trata; distinto sería con un médico, bah, con un ginecólogo a lo mejor, no, ja. La única vez que uno se molestó fue con Cobrador, in god we trust (del mexicano Paul Leduc, 2006), que estaba con un negro, que sé yo, viste cómo les rejode con un negro.
Separada y mamá de Félix, que tuvo hace 4 años y medio con el fotógrafo y camarógrafo Guillermo “Bill” Nieto, histórico colaborador de Pablo Trapero, tampoco le quita el sueño que el pequeño Edipo se encuentre algún día con No mires para abajo: “No le daría esa película para que la tenga al lado de la de Bob Esponja. Pero tampoco lo impediría porque no me avergüenza en absoluto. Por otro lado, no hay reglas para traumatizar a los niños”.
Más autodidacta que estudiosa, debutó en teatro a los 11 años, en Woyzeck, de Büchner, en el San Martín, con dirección de Ricardo Holcer. A los 14, entró a la tele con Grande, Pá!, y a los 18 protagonizó Garage Olimpo, la primera de sus casi 20 películas, un verdadero récord para una actriz sub-30 en la Argentina, que incluye trabajos con Eduardo Mignona (La fuga y El viento), Walter Salles (Diario de una motocicleta) y Paula de Luque (El vestido, que este martes se presenta en el festival de Amiens.
“Hacer cine es una decisión, algo que busco y de lo que se puede vivir, aunque este año grabé Epitafios 2. En cine, los papeles son entre 20 y 30 años, mientras que en la tele y el teatro podés encontrar personajes para más grandes. Tengo que aprovechar ahora que tengo 28”, afirma.
–¿Cómo conseguís tanto en cine? ¿Te llaman o los buscás?
–Me dedico a perseguir directores, que son como divas a las que hay que cortejar pero bien, saber hacerlo. Mirá este ejemplo: acabo de filmar en Uruguay, Mal día para pescar, basada en un cuento de Onetti. El director uruguayo Álvaro Brechner me llamó un día y dijo que yo le gustaba mucho como actriz pero que no estaba seguro de darme el papel de Adriana en la película. Así que durante meses hice todo lo posible para demostrarle que podía hacerlo. Y la hice. Va a ir a Cannes, acordate.
–¿A quién más perseguiste?
–A Walter Salles y a Darío Nardi, un rosarino que va a filmar su ópera prima. Me gustó el proyecto y le mandé un mail. Pero la mayoría de las veces me llaman ellos, eh.
–¿No temés encasillarte...
–... como la actriz de películas de desaparecidos y desnudos? No, después de la de Subiela no hice ninguno.
–¿Harías desnudo en revistas?
–Depende. Me crié mirando las Playboy que tenían mis viejos. Me fascinaban esas mujeres naturales, sin photoshop. Se les notaba la textura de la piel y aunque estuvieran con bikinis grandotas, estaban mucho más desnudas que lo que se muestra hoy, donde no tenés ni idea de cómo son en verdad.
Del desnudo al rol de amiga de Felicitas Guerrero
Hace cuatro semanas que Antonella Costa filma Felicitas, el drama histórico que dirige Teresa Constantini, con Sabrina Garciarena como protagonista, Gonzalo Heredia (el enamorado Enrique Ocampo), Alejandro Awada (el padre), Ana Celentano (la madre) y Luis Brandoni (el marido, Álzaga).
“Cuando volví del Uruguay, de filmar Mal día para pescar, me llamaron para el papel de Manuela, la amiga íntima de Felicitas. Primero dije que no, porque no quería hacer de amiga, tenía prejuicios con ese rol, que suele ser la gordita que está para dar pie a que la protagonista diga cosas que el guionista no supo ubicar en otro lado (risas). Pero acepté cuando leí el libro, porque es un personaje con mucho peso, muy interesante. El vestuario es divino y Teresa sabe tratar a los actores”. (Fuente: Diario Critica de la Argentina).
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