Por Giorgia Ricci para el Diario El País.
De estos tres estudios, dos son seudociencia. Una encuesta afirma que el 86% de los hombres reconocen que disfrutan más del sexo cuando sus compañeras son intelectualmente inferiores. Otra, que las mujeres que se acuestan con hombres más inteligentes alcanzan mejor el orgasmo. Por último, una investigación sugiere que es más difícil que una pareja alcance el orgasmo si tiene los pies fríos, así que antes de hacer el amor deberían ponerse calcetines.
¿Con cuál se queda usted? La relación entre inteligencia y orgasmo no es más que un bulo entre centenares que circulan por Internet. La historia de los pies fríos y los calcetines no es más que una anécdota del que hasta ahora es el mejor experimento para investigar cerebralmente el orgasmo en tiempo real. Fue realizado por el investigador Gerst Holstege, de la Universidad de Groningen, en Holanda. Se trataba de examinar con un escáner de emisión de positrones (TEP) los cerebros de 13 mujeres y 11 hombres cuando experimentaban un orgasmo. "No hicieron el amor de la forma habitual, ya que esto resultaba técnicamente imposible. En el escáner sólo hay espacio para una persona", responde Holstege en un correo electrónico a El País Semanal. Cada voluntario o voluntaria se colocaba bajo el escáner mientras su pareja le masturbaba. ¿Qué tiene que ver esto con los pies fríos? "En realidad, nada, excepto que, después de dos horas de mentiras bajo el escáner, casi todos los voluntarios se habían descalzado, por lo que, transcurrido un cierto tiempo, se les enfriaban los pies", aclara Holstege. "Decidimos aprovisionarnos siempre de calcetines, ya que tener los pies helados en cualquier situación no es algo agradable. No hay relación entre los calcetines y el sexo, que yo sepa, aparte del hecho de que todo el mundo quiere practicarlo en las circunstancias más agradables, y eso incluye no tener los pies helados".
El escáner 'voyeur' arrojó resultados fascinantes. "Lo más interesante que encontramos fue que durante el orgasmo todas las regiones del cerebro relacionadas con el miedo o la alerta se apagan, y esto es algo que nunca habíamos visto", explica este experto. El orgasmo produce una especie de trance; nos aleja del miedo y de la ansiedad, y en el momento del clímax sobreviene una especie de apagón momentáneo del cerebro.
Hay sutiles aunque importantes diferencias entre los orgasmos de ellos y ellas. En las mujeres, el apagón es mucho más acusado que en los hombres, aunque en estos últimos los centros del miedo también se desactivan. Parte del experimento consistía en pedirles a ellas que fingiesen. "Obviamente, en los hombres no fue difícil determinar si alcanzaban un orgasmo o no, pero en las mujeres no es un asunto fácil, ya que podían fingirlo", dice Holstege. El escáner cazó la mentira. ¿Qué ocurre en el cerebro de una mujer cuando miente así? "Se activó la región del córtex motor que controla voluntariamente el movimiento pélvico. En realidad, esta región no se enciende cuando un orgasmo es real".
El orgasmo aguarda al final de un ciclo sexual que comienza con la mera excitación, durante la cual la sangre acude al pene o al clítoris, zonas muy inervadas. En el hombre, uno de los aspectos menos comprendidos es la eyaculación. Al parecer, el cerebro no se ve envuelto a la hora de enviar la señal específica al pene para que el semen salga disparado. Los expertos se inclinan por pensar que es un fenómeno que depende de un reflejo nervioso de la médula espinal. Un tipo de neuronas llamadas espinotalámicas, localizadas en la región lumbar, tienen la llave: si se estimulan, provocan eyaculaciones en las ratas en casi el cien por cien de las veces. Sin embargo, es cierto que la voluntad consciente por parte del hombre es capaz de retrasar la eyaculación, por lo que el cerebro debe cumplir algún papel antes de que se produzca el fenómeno. Así que, desde el punto de vista científico, la búsqueda de un centro del orgasmo masculino en el cerebro continúa eludiendo los esfuerzos de los científicos.
En el hombre el orgasmo es breve, dura unos segundos, tras los cuales necesita un periodo de descanso para volver a empezar el ciclo. Algunos estudios sugieren que algunos hombres son capaces de sentir orgasmos múltiples -sin que tenga lugar la eyaculación-, llamados "orgasmos en seco". El sexólogo Alfred Kinsey, en su histórico estudio de 1948, ofreció las primeras estadísticas fiables acerca del orgasmo experimentado por los hombres: las tres cuartas partes alcanzan el orgasmo muy rápidamente, dentro de los dos primeros minutos del acto sexual. Pero quizá donde más mitos se han vertido es sobre el pene humano y su tamaño. La longitud del pene humano en reposo puede ser muy variable entre individuos; sin embargo, en erección, esta diversidad se reduce notablemente. Por otra parte, en los gorilas, el pene apenas sobrepasa los tres centímetros, mientras que en el hombre mide unos doce centímetros. ¿Por qué esa discordancia entre tamaño de cuerpo y longitud? ¿Por qué el pequeño ser humano tiene un pene tan desproporcionado? Una hipótesis sería que un pene más grande es capaz de proporcionar más placer a la mujer al permitir mayores posturas copulatorias, lo que no deja de tener su base. Sin embargo, y de acuerdo con Jared Diamond, profesor de Geografía de la Universidad de California en Berkeley, en su obra Why sex is fun (Por qué el sexo es divertido), los orangutanes son capaces de dejar en ridículo al hombre en cuanto a posturas sexuales con un miembro mucho más pequeño: el acto puede durar hasta quince minutos, en comparación con los cuatro minutos de media en los humanos.
El orgasmo en la mujer puede durar entre veinte segundos y dos minutos. Hay una diferencia sustancial con el masculino: ella no lo necesita para producir un óvulo ni para tener hijos, mientras que en el hombre, el orgasmo es una estación obligatoria para que se produzca la eyaculación, y por tanto, indispensable para la transferencia de genes. "Desde la antigüedad hasta el siglo XIX, la asunción general era que las mujeres experimentaban orgasmos al igual que los hombres, y que, de hecho, el orgasmo era necesario para la concepción", indica Thomas Liqueur, profesor de Historia de la Universidad de California en Berkeley y autor del libro Sexo en solitario (Fondo de Cultura Económica). Eso no contradice un sorprendente conocimiento de la anatomía del clítoris, la descripción que ya se tenía de él desde los tiempos de Galeno, en el siglo II después de Cristo, y el posterior descubrimiento en la literatura médica por el médico italiano Realdo Colón en 1559, que lo asoció al orgasmo de la mujer.
De acuerdo con el zoólogo y escritor británico Desmond Morris, el hombre es el primate "más sexy del mundo". Según la Organización Mundial de la Salud, en el mundo se producen unos 100 millones de actos sexuales cada 24 horas. Visto lo visto, parecería estúpido preguntar por qué las mujeres tienen orgasmos. En realidad, tendríamos que reformular la cuestión: ¿por qué, según las estadísticas, solamente el 25% de las mujeres experimentan un orgasmo durante el acto sexual? Sólo hay respuestas parciales. El sexólogo Stuard Brody, de la Universidad West Scotland, descubrió que las chicas que se contoneaban al andar experimentaban más orgasmos vaginales que las que no (Journal of Sexual Medicine). Y encuestas realizadas en mujeres gemelas sugieren que la variabilidad de los orgasmos podría tener raíces genéticas en un 45%. Los genes supuestamente responsables aún no han salido a la luz.
El orgasmo femenino es un misterio policiaco de primer orden dentro de la biología. En su famosa obra El mono desnudo, Morris sugería en 1967 que el orgasmo inmovilizaba a la mujer y la mantenía en posición horizontal tras el acto sexual, lo que permitía que no escapase el esperma y, por tanto, aumentaban las posibilidades de ser fecundada. Durante los años noventa, los científicos Robert Baker y Mark Bellis, de la Universidad de Manchester, sugirieron que el orgasmo femenino tras la cópula permitía a la mujer retener más esperma. Sería un laborioso ejercicio de contracciones musculares para inyectar el esperma en el útero. Este punto de vista chocó frontalmente cuando un gigante de la biología llamado Stephen Jay Gould escribió un famoso artículo en la revista Natural History en el que exponía con claridad que estaba muy orgulloso de sus pezones, a pesar de que no tenían ninguna función. "Estoy bastante unido a todas las partes de mi cuerpo", relató. Gould afirmaba que el hecho de que los hombres tuvieran pezones como un eco de los pezones femeninos no era una razón para avergonzarse de ellos. De igual manera, el clítoris de la mujer no era sino un reflejo del pene humano. Gould retomaba una teoría de la historiadora de la ciencia Elisabeth Lloyd que sugiere que el orgasmo femenino no tiene ningún sentido evolutivo.
Lloyd, que ocupa en la actualidad la Silla Arnold y Maxine Tanis de Historia de la Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Indiana, maduró estas ideas y en 2005 soltó una bomba, The case of the female orgasm (El caso del orgasmo femenino, no publicado en España), que cayó en medio del feminismo norteamericano: el orgasmo de la mujer es un subproducto de la evolución. "La idea de un subproducto evolutivo es bastante antigua y se remonta a los tiempos de Darwin", responde Lloyd a El País Semanal desde el teléfono de su casa. "Es un rasgo que es arrastrado por otro. Los pezones de los hombres son el ejemplo más claro". Ellos los han adquirido porque comparten con ellas la misma arquitectura del cuerpo. En las mujeres, los pezones son el resultado de una adaptación evolutiva: sin ellos resultaría imposible la crianza de los bebes (antes de la invención de los biberones y la leche en polvo).
En este sentido, el embrión y su desarrollo suponen un fascinante viaje al pasado. "El orgasmo es algo que aparece muy pronto en la construcción de un ser humano", nos dice Lloyd. Incluso en estas etapas tempranas el sexo masculino obtiene esta capacidad orgásmica, absolutamente necesaria para la reproducción. Pero las mujeres también consiguen este equipamiento desde que están en el vientre, y sin coste. "Obtienen los nervios implicados, los tejidos y los músculos implicados en el orgasmo, de una manera gratuita, debido a que el niño los necesita". Este razonamiento explicaría, entre otras cosas, por qué sólo ese 25% de mujeres que alcanzan el orgasmo durante el acto; o que una tercera parte de las mujeres no lo experimenten durante el coito; o que "entre un 5% y un 10% de las mujeres, que es una proporción muy grande, jamás lo vayan a experimentar".
La hipótesis de Lloyd se inspira en otra avanzada en 1979 por el antropólogo Donald Symons, que escribió un libro, La evolución de la sexualidad humana, en el que exponía que el orgasmo femenino no tiene ningún sentido evolutivo. Las réplicas a esa teoría fueron demoledoras por parte de algunas antropólogas como Sarah Blaffer Hrdy, de la Universidad de California en Davis, que llegó a comentar de la obra de Symons que "despedía un tufo a caballero del siglo XIX dejando un distintivo déjà vu". Hrdy ha defendido la idea de que el orgasmo apareció en los primates como una medida defensiva por parte de la hembra para impedir que el macho mate a sus hijos. En los monos langures la mortalidad por infanticidio de las crías por parte de los machos que no son sus padres ronda el 30%. Pero eso no ocurre en otras especies, como macacos y chimpancés, en los que las hembras son más proclives a copular con varios machos gracias a la estimulación de su clítoris. El orgasmo en estas hembras no humanas podría ser una manera de proteger a los hijos de los ataques de los machos, los cuales no tienen la certeza de saber quiénes son sus retoños. "Aun así no parece que sea algo extendido", admite Lloyd.
Hasta la fecha, los estudios científicos no han descubierto evidencias que relacionen la fertilidad de una mujer con su capacidad de sentir un orgasmo, asegura esta experta. "Y estaré encantada si algún día se descubre". Se considera una feminista: el orgasmo en la mujer es algo muy divertido, y el clítoris sí que resulta una adaptación evolutiva -no el reflejo nervioso de la espina dorsal descrito como orgasmo-, ya que la excitación que produce motiva a la mujer a establecer relaciones sexuales. Aun así, Lloyd sufrió furibundos ataques en forma de mensajes a su página web.
¿Por qué tanto ruido? Para Lloyd, demostrar que el orgasmo femenino es un subproducto de la evolución no significa, desde luego, que sea menos importante que el masculino, ni un ataque a la sexualidad femenina. "Quizá debí prestar más atención a cómo reaccionarían las mujeres y los hombres al llamarlo así. Quizá el miedo de la mujer provenga del hecho de haber proporcionado una razón a los hombres para que no se tomen sus orgasmos en serio", argumenta Lloyd.
Claro que este miedo puede tener una base real. Si examinamos cómo el orgasmo femenino ha sido tratado por las distintas religiones y creencias, encontramos enormes barreras que distan mucho de ser derribadas. En muchas culturas, desde la antigüedad, todo lo que tiene que ver con la sexualidad femenina ha pasado por un filtro de oscurantismo que raya en la maldición. El clítoris también ha constituido un elemento prohibido. El año pasado más de 80 millones de niñas y mujeres africanas de entre 18 y 49 años sufrieron la ablación del clítoris, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). La ablación se practica mayoritariamente en África -hay 28 Estados que la asumen como tradición-, aunque sucede en un 20% de mujeres en países como India, Indonesia, Malaisia, Pakistán y Sri Lanka. Se lleva a cabo en la mitad de las comunidades musulmanas y en lugares donde se practica el cristianismo, como los coptos de Egipto, Etiopía y Sudán. Se ha querido ver la ablación como una práctica asociada a una creencia religiosa, y aunque se esgrime esta causa, lo cierto es que no se menciona ni en el Corán ni en la Biblia.
Para Lloyd, la mutilación genital femenina es algo incomprensible. En el origen, la existencia de "una creencia muy fuerte de la mujer acerca de que su cuerpo es una posesión del hombre" podría haberla llevado a mutilarse como prueba de que "no tendría sexo" fuera del matrimonio, ya que no obtendría ninguna satisfacción en el acto sexual, y por tanto, el hombre "tendría la seguridad de que sus hijos son sus hijos".
La época victoriana simboliza el punto álgido de la represión sexual. Es un contrapunto chocante, pues el sexo estaba presente en todas las conversaciones. A la gente se le permitía hablar, pero no actuar, según Robert Muchembled, profesor de Historia de la Universidad de París, en cuyo último libro, Orgasm, a history of pleasure from the 16th century to the present (Willey and Sons), no publicado aún en España, se analiza la historia del placer en el mundo occidental.
La represión del deseo sexual impuesta por las religiones ha operado en la sociedad occidental durante los cuatro o cinco últimos siglos hasta la década mítica de los años sesenta. De acuerdo con Muchembled, esta represión puede haber funcionado como una fuerza dinámica que ha hecho posible la sociedad moderna con sus economías capitalistas. ¿Cómo es posible? En lo que se refiere a la gestión del orgasmo y el sexo antes del siglo XVI, "la sociedad era en realidad muy abierta y libre, y ocurrió igualmente durante la Edad Media", comentó recientemente este historiador al programa de radio de la BBC Thinking allowed. "Quiero decir que por entonces había una gran cantidad de bastardos y sexo fuera del matrimonio, y que no había represión contra la sodomía ni contra la bestialidad (actos sexuales con animales)". A mediados del siglo XVI esta represión empieza a tomar forma mediante los nuevos crímenes sexuales creados por el poder. "La brujería estaba relacionada con la sexualidad, ya que las brujas se supone que hacían el acto sexual con los demonios". Se empezó a castigar duramente la sodomía en toda Europa. En 1660, por ejemplo, un joven escritor francés que producía relatos pornográficos fue obligado a pedir perdón enfrente de la catedral de Notre-Dame antes de que se le cortara la mano derecha. Luego fue quemado vivo.
Estos crímenes sexuales iban contra el poder de los reyes o de la Iglesia, pero al mismo tiempo crearon una tensión entre la libido y el deseo del individuo que chocaba frontalmente con los designios de estos poderes. A finales del siglo XIX, por ejemplo, los doctores aseguraban que si una persona se masturbaba, seguramente moriría "en unos cuantos meses", algo que hizo que William Gladstone, que llegaría a ser primer ministro británico en 1968, admitiera el onanismo en su época de estudiante y creyera que "iba a perder la vida", según Muchembled. Toda esta energía asociada al impulso sexual fue enfocada hacia la creatividad artística, cultural y económica en la que se enraíza el capitalismo y la separación de la influencia de la religión en las sociedades -la secularización-, según la fascinante conclusión de este historiador: todo un esquema freudiano retroactivo.
Claro que es un punto de vista, y en lo que se refiere al sexo y al orgasmo siempre encontraremos saludables desacuerdos. "No creo que la represión sexual jugara algún papel en el desarrollo del capitalismo", concluye por su parte el historiador Thomas Liqueur. Quizá fue al contrario: el acceso al sexo aumentó a medida que los ingresos per cápita crecían. "El control del sexo es una función que se ha ejercido en todas las sociedades, pero ese control se aflojó durante el siglo XIX en las sociedades industriales".
'Orgasmo. ¿Qué, cómo, por qué?' es un reportaje de EL PAÍS SEMANAL del domingo 8 de marzo de 2009
¿Con cuál se queda usted? La relación entre inteligencia y orgasmo no es más que un bulo entre centenares que circulan por Internet. La historia de los pies fríos y los calcetines no es más que una anécdota del que hasta ahora es el mejor experimento para investigar cerebralmente el orgasmo en tiempo real. Fue realizado por el investigador Gerst Holstege, de la Universidad de Groningen, en Holanda. Se trataba de examinar con un escáner de emisión de positrones (TEP) los cerebros de 13 mujeres y 11 hombres cuando experimentaban un orgasmo. "No hicieron el amor de la forma habitual, ya que esto resultaba técnicamente imposible. En el escáner sólo hay espacio para una persona", responde Holstege en un correo electrónico a El País Semanal. Cada voluntario o voluntaria se colocaba bajo el escáner mientras su pareja le masturbaba. ¿Qué tiene que ver esto con los pies fríos? "En realidad, nada, excepto que, después de dos horas de mentiras bajo el escáner, casi todos los voluntarios se habían descalzado, por lo que, transcurrido un cierto tiempo, se les enfriaban los pies", aclara Holstege. "Decidimos aprovisionarnos siempre de calcetines, ya que tener los pies helados en cualquier situación no es algo agradable. No hay relación entre los calcetines y el sexo, que yo sepa, aparte del hecho de que todo el mundo quiere practicarlo en las circunstancias más agradables, y eso incluye no tener los pies helados".
El escáner 'voyeur' arrojó resultados fascinantes. "Lo más interesante que encontramos fue que durante el orgasmo todas las regiones del cerebro relacionadas con el miedo o la alerta se apagan, y esto es algo que nunca habíamos visto", explica este experto. El orgasmo produce una especie de trance; nos aleja del miedo y de la ansiedad, y en el momento del clímax sobreviene una especie de apagón momentáneo del cerebro.
Hay sutiles aunque importantes diferencias entre los orgasmos de ellos y ellas. En las mujeres, el apagón es mucho más acusado que en los hombres, aunque en estos últimos los centros del miedo también se desactivan. Parte del experimento consistía en pedirles a ellas que fingiesen. "Obviamente, en los hombres no fue difícil determinar si alcanzaban un orgasmo o no, pero en las mujeres no es un asunto fácil, ya que podían fingirlo", dice Holstege. El escáner cazó la mentira. ¿Qué ocurre en el cerebro de una mujer cuando miente así? "Se activó la región del córtex motor que controla voluntariamente el movimiento pélvico. En realidad, esta región no se enciende cuando un orgasmo es real".
El orgasmo aguarda al final de un ciclo sexual que comienza con la mera excitación, durante la cual la sangre acude al pene o al clítoris, zonas muy inervadas. En el hombre, uno de los aspectos menos comprendidos es la eyaculación. Al parecer, el cerebro no se ve envuelto a la hora de enviar la señal específica al pene para que el semen salga disparado. Los expertos se inclinan por pensar que es un fenómeno que depende de un reflejo nervioso de la médula espinal. Un tipo de neuronas llamadas espinotalámicas, localizadas en la región lumbar, tienen la llave: si se estimulan, provocan eyaculaciones en las ratas en casi el cien por cien de las veces. Sin embargo, es cierto que la voluntad consciente por parte del hombre es capaz de retrasar la eyaculación, por lo que el cerebro debe cumplir algún papel antes de que se produzca el fenómeno. Así que, desde el punto de vista científico, la búsqueda de un centro del orgasmo masculino en el cerebro continúa eludiendo los esfuerzos de los científicos.
En el hombre el orgasmo es breve, dura unos segundos, tras los cuales necesita un periodo de descanso para volver a empezar el ciclo. Algunos estudios sugieren que algunos hombres son capaces de sentir orgasmos múltiples -sin que tenga lugar la eyaculación-, llamados "orgasmos en seco". El sexólogo Alfred Kinsey, en su histórico estudio de 1948, ofreció las primeras estadísticas fiables acerca del orgasmo experimentado por los hombres: las tres cuartas partes alcanzan el orgasmo muy rápidamente, dentro de los dos primeros minutos del acto sexual. Pero quizá donde más mitos se han vertido es sobre el pene humano y su tamaño. La longitud del pene humano en reposo puede ser muy variable entre individuos; sin embargo, en erección, esta diversidad se reduce notablemente. Por otra parte, en los gorilas, el pene apenas sobrepasa los tres centímetros, mientras que en el hombre mide unos doce centímetros. ¿Por qué esa discordancia entre tamaño de cuerpo y longitud? ¿Por qué el pequeño ser humano tiene un pene tan desproporcionado? Una hipótesis sería que un pene más grande es capaz de proporcionar más placer a la mujer al permitir mayores posturas copulatorias, lo que no deja de tener su base. Sin embargo, y de acuerdo con Jared Diamond, profesor de Geografía de la Universidad de California en Berkeley, en su obra Why sex is fun (Por qué el sexo es divertido), los orangutanes son capaces de dejar en ridículo al hombre en cuanto a posturas sexuales con un miembro mucho más pequeño: el acto puede durar hasta quince minutos, en comparación con los cuatro minutos de media en los humanos.
El orgasmo en la mujer puede durar entre veinte segundos y dos minutos. Hay una diferencia sustancial con el masculino: ella no lo necesita para producir un óvulo ni para tener hijos, mientras que en el hombre, el orgasmo es una estación obligatoria para que se produzca la eyaculación, y por tanto, indispensable para la transferencia de genes. "Desde la antigüedad hasta el siglo XIX, la asunción general era que las mujeres experimentaban orgasmos al igual que los hombres, y que, de hecho, el orgasmo era necesario para la concepción", indica Thomas Liqueur, profesor de Historia de la Universidad de California en Berkeley y autor del libro Sexo en solitario (Fondo de Cultura Económica). Eso no contradice un sorprendente conocimiento de la anatomía del clítoris, la descripción que ya se tenía de él desde los tiempos de Galeno, en el siglo II después de Cristo, y el posterior descubrimiento en la literatura médica por el médico italiano Realdo Colón en 1559, que lo asoció al orgasmo de la mujer.
De acuerdo con el zoólogo y escritor británico Desmond Morris, el hombre es el primate "más sexy del mundo". Según la Organización Mundial de la Salud, en el mundo se producen unos 100 millones de actos sexuales cada 24 horas. Visto lo visto, parecería estúpido preguntar por qué las mujeres tienen orgasmos. En realidad, tendríamos que reformular la cuestión: ¿por qué, según las estadísticas, solamente el 25% de las mujeres experimentan un orgasmo durante el acto sexual? Sólo hay respuestas parciales. El sexólogo Stuard Brody, de la Universidad West Scotland, descubrió que las chicas que se contoneaban al andar experimentaban más orgasmos vaginales que las que no (Journal of Sexual Medicine). Y encuestas realizadas en mujeres gemelas sugieren que la variabilidad de los orgasmos podría tener raíces genéticas en un 45%. Los genes supuestamente responsables aún no han salido a la luz.
El orgasmo femenino es un misterio policiaco de primer orden dentro de la biología. En su famosa obra El mono desnudo, Morris sugería en 1967 que el orgasmo inmovilizaba a la mujer y la mantenía en posición horizontal tras el acto sexual, lo que permitía que no escapase el esperma y, por tanto, aumentaban las posibilidades de ser fecundada. Durante los años noventa, los científicos Robert Baker y Mark Bellis, de la Universidad de Manchester, sugirieron que el orgasmo femenino tras la cópula permitía a la mujer retener más esperma. Sería un laborioso ejercicio de contracciones musculares para inyectar el esperma en el útero. Este punto de vista chocó frontalmente cuando un gigante de la biología llamado Stephen Jay Gould escribió un famoso artículo en la revista Natural History en el que exponía con claridad que estaba muy orgulloso de sus pezones, a pesar de que no tenían ninguna función. "Estoy bastante unido a todas las partes de mi cuerpo", relató. Gould afirmaba que el hecho de que los hombres tuvieran pezones como un eco de los pezones femeninos no era una razón para avergonzarse de ellos. De igual manera, el clítoris de la mujer no era sino un reflejo del pene humano. Gould retomaba una teoría de la historiadora de la ciencia Elisabeth Lloyd que sugiere que el orgasmo femenino no tiene ningún sentido evolutivo.
Lloyd, que ocupa en la actualidad la Silla Arnold y Maxine Tanis de Historia de la Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Indiana, maduró estas ideas y en 2005 soltó una bomba, The case of the female orgasm (El caso del orgasmo femenino, no publicado en España), que cayó en medio del feminismo norteamericano: el orgasmo de la mujer es un subproducto de la evolución. "La idea de un subproducto evolutivo es bastante antigua y se remonta a los tiempos de Darwin", responde Lloyd a El País Semanal desde el teléfono de su casa. "Es un rasgo que es arrastrado por otro. Los pezones de los hombres son el ejemplo más claro". Ellos los han adquirido porque comparten con ellas la misma arquitectura del cuerpo. En las mujeres, los pezones son el resultado de una adaptación evolutiva: sin ellos resultaría imposible la crianza de los bebes (antes de la invención de los biberones y la leche en polvo).
En este sentido, el embrión y su desarrollo suponen un fascinante viaje al pasado. "El orgasmo es algo que aparece muy pronto en la construcción de un ser humano", nos dice Lloyd. Incluso en estas etapas tempranas el sexo masculino obtiene esta capacidad orgásmica, absolutamente necesaria para la reproducción. Pero las mujeres también consiguen este equipamiento desde que están en el vientre, y sin coste. "Obtienen los nervios implicados, los tejidos y los músculos implicados en el orgasmo, de una manera gratuita, debido a que el niño los necesita". Este razonamiento explicaría, entre otras cosas, por qué sólo ese 25% de mujeres que alcanzan el orgasmo durante el acto; o que una tercera parte de las mujeres no lo experimenten durante el coito; o que "entre un 5% y un 10% de las mujeres, que es una proporción muy grande, jamás lo vayan a experimentar".
La hipótesis de Lloyd se inspira en otra avanzada en 1979 por el antropólogo Donald Symons, que escribió un libro, La evolución de la sexualidad humana, en el que exponía que el orgasmo femenino no tiene ningún sentido evolutivo. Las réplicas a esa teoría fueron demoledoras por parte de algunas antropólogas como Sarah Blaffer Hrdy, de la Universidad de California en Davis, que llegó a comentar de la obra de Symons que "despedía un tufo a caballero del siglo XIX dejando un distintivo déjà vu". Hrdy ha defendido la idea de que el orgasmo apareció en los primates como una medida defensiva por parte de la hembra para impedir que el macho mate a sus hijos. En los monos langures la mortalidad por infanticidio de las crías por parte de los machos que no son sus padres ronda el 30%. Pero eso no ocurre en otras especies, como macacos y chimpancés, en los que las hembras son más proclives a copular con varios machos gracias a la estimulación de su clítoris. El orgasmo en estas hembras no humanas podría ser una manera de proteger a los hijos de los ataques de los machos, los cuales no tienen la certeza de saber quiénes son sus retoños. "Aun así no parece que sea algo extendido", admite Lloyd.
Hasta la fecha, los estudios científicos no han descubierto evidencias que relacionen la fertilidad de una mujer con su capacidad de sentir un orgasmo, asegura esta experta. "Y estaré encantada si algún día se descubre". Se considera una feminista: el orgasmo en la mujer es algo muy divertido, y el clítoris sí que resulta una adaptación evolutiva -no el reflejo nervioso de la espina dorsal descrito como orgasmo-, ya que la excitación que produce motiva a la mujer a establecer relaciones sexuales. Aun así, Lloyd sufrió furibundos ataques en forma de mensajes a su página web.
¿Por qué tanto ruido? Para Lloyd, demostrar que el orgasmo femenino es un subproducto de la evolución no significa, desde luego, que sea menos importante que el masculino, ni un ataque a la sexualidad femenina. "Quizá debí prestar más atención a cómo reaccionarían las mujeres y los hombres al llamarlo así. Quizá el miedo de la mujer provenga del hecho de haber proporcionado una razón a los hombres para que no se tomen sus orgasmos en serio", argumenta Lloyd.
Claro que este miedo puede tener una base real. Si examinamos cómo el orgasmo femenino ha sido tratado por las distintas religiones y creencias, encontramos enormes barreras que distan mucho de ser derribadas. En muchas culturas, desde la antigüedad, todo lo que tiene que ver con la sexualidad femenina ha pasado por un filtro de oscurantismo que raya en la maldición. El clítoris también ha constituido un elemento prohibido. El año pasado más de 80 millones de niñas y mujeres africanas de entre 18 y 49 años sufrieron la ablación del clítoris, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). La ablación se practica mayoritariamente en África -hay 28 Estados que la asumen como tradición-, aunque sucede en un 20% de mujeres en países como India, Indonesia, Malaisia, Pakistán y Sri Lanka. Se lleva a cabo en la mitad de las comunidades musulmanas y en lugares donde se practica el cristianismo, como los coptos de Egipto, Etiopía y Sudán. Se ha querido ver la ablación como una práctica asociada a una creencia religiosa, y aunque se esgrime esta causa, lo cierto es que no se menciona ni en el Corán ni en la Biblia.
Para Lloyd, la mutilación genital femenina es algo incomprensible. En el origen, la existencia de "una creencia muy fuerte de la mujer acerca de que su cuerpo es una posesión del hombre" podría haberla llevado a mutilarse como prueba de que "no tendría sexo" fuera del matrimonio, ya que no obtendría ninguna satisfacción en el acto sexual, y por tanto, el hombre "tendría la seguridad de que sus hijos son sus hijos".
La época victoriana simboliza el punto álgido de la represión sexual. Es un contrapunto chocante, pues el sexo estaba presente en todas las conversaciones. A la gente se le permitía hablar, pero no actuar, según Robert Muchembled, profesor de Historia de la Universidad de París, en cuyo último libro, Orgasm, a history of pleasure from the 16th century to the present (Willey and Sons), no publicado aún en España, se analiza la historia del placer en el mundo occidental.
La represión del deseo sexual impuesta por las religiones ha operado en la sociedad occidental durante los cuatro o cinco últimos siglos hasta la década mítica de los años sesenta. De acuerdo con Muchembled, esta represión puede haber funcionado como una fuerza dinámica que ha hecho posible la sociedad moderna con sus economías capitalistas. ¿Cómo es posible? En lo que se refiere a la gestión del orgasmo y el sexo antes del siglo XVI, "la sociedad era en realidad muy abierta y libre, y ocurrió igualmente durante la Edad Media", comentó recientemente este historiador al programa de radio de la BBC Thinking allowed. "Quiero decir que por entonces había una gran cantidad de bastardos y sexo fuera del matrimonio, y que no había represión contra la sodomía ni contra la bestialidad (actos sexuales con animales)". A mediados del siglo XVI esta represión empieza a tomar forma mediante los nuevos crímenes sexuales creados por el poder. "La brujería estaba relacionada con la sexualidad, ya que las brujas se supone que hacían el acto sexual con los demonios". Se empezó a castigar duramente la sodomía en toda Europa. En 1660, por ejemplo, un joven escritor francés que producía relatos pornográficos fue obligado a pedir perdón enfrente de la catedral de Notre-Dame antes de que se le cortara la mano derecha. Luego fue quemado vivo.
Estos crímenes sexuales iban contra el poder de los reyes o de la Iglesia, pero al mismo tiempo crearon una tensión entre la libido y el deseo del individuo que chocaba frontalmente con los designios de estos poderes. A finales del siglo XIX, por ejemplo, los doctores aseguraban que si una persona se masturbaba, seguramente moriría "en unos cuantos meses", algo que hizo que William Gladstone, que llegaría a ser primer ministro británico en 1968, admitiera el onanismo en su época de estudiante y creyera que "iba a perder la vida", según Muchembled. Toda esta energía asociada al impulso sexual fue enfocada hacia la creatividad artística, cultural y económica en la que se enraíza el capitalismo y la separación de la influencia de la religión en las sociedades -la secularización-, según la fascinante conclusión de este historiador: todo un esquema freudiano retroactivo.
Claro que es un punto de vista, y en lo que se refiere al sexo y al orgasmo siempre encontraremos saludables desacuerdos. "No creo que la represión sexual jugara algún papel en el desarrollo del capitalismo", concluye por su parte el historiador Thomas Liqueur. Quizá fue al contrario: el acceso al sexo aumentó a medida que los ingresos per cápita crecían. "El control del sexo es una función que se ha ejercido en todas las sociedades, pero ese control se aflojó durante el siglo XIX en las sociedades industriales".
'Orgasmo. ¿Qué, cómo, por qué?' es un reportaje de EL PAÍS SEMANAL del domingo 8 de marzo de 2009
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