Hace una semana, la Quinta de Olivos se llenó de funcionarios. Entre otras medidas, la presidenta Cristina Kirchner anunció la implementación de la emergencia agropecuaria. Pero la intensidad del verdadero poder no pasaba por el salón de convenciones donde se posaban las cámaras de televisión. A pocos metros de ese lugar, pasando por un camino de piedras sombreado por varios árboles, Néstor Kirchner recibía a funcionarios en su oficina de consorte presidencial y titular del PJ. Primero pasó el ex canciller Rafael Bielsa, con quien habló durante una hora de sus posibilidades como candidato del Gobierno en la Capital Federal y hasta de su posible vuelta al Gabinete. Una vez que salió Bielsa, entró a ver a Kirchner el gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, con quien el santacruceño también trazó estrategias electorales en su distrito. Mientras el cordobés terminaba la reunión con el santacruceño, la sala de espera del lugar se fue llenando de funcionarios, a pesar de que la Presidenta no estaba trabajando en ese sitio: el primero en llegar fue el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno; después aparecieron el ministro de Justicia, Aníbal Fernández; la titular de Producción, Débora Giorgi; el de Trabajo, Carlos Tomada; el de Interior, Florencio Randazzo; el jefe de la ANSES, Amado Boudou; el jefe de Gabinete, Sergio Massa, y el secretario de Agricultura, Carlos Cheppi. La reunión de Gabinete, en rigor una espera matizada con medialunas y sándwiches de miga, sirve para ilustrar una realidad cada vez más evidente puertas afuera y adentro del Gobierno: Néstor Kirchner sigue siendo el hombre que está detrás de cada decisión gubernamental, según admiten varios ministros.
Kirchner está en todo, como en sus épocas de presidente formal. No sólo en las grandes cosas, como el paquete de medidas para ayudar a los productores afectados por la sequía, un tema que trabajó sólo con su esposa, el titular de la AFIP, Ricardo Echegaray, y el secretario Legal y Técnico, Carlos Zannini: también se ocupa de temas que a simple vista parecen menores, como las declaraciones mediáticas de Luis D’Elía, que salió a criticar al jefe de Gabinete, a quien llamó “lamebotas de Israel”. Kirchner no sólo se ocupó de que el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, se comunicara con D’Elía para saber por qué dijo lo que dijo, sino que también llamó vía Nextel a los encargados de Infobae.com para que “bajen” de las noticias más destacadas los dichos de D’Elía, una práctica habitual en él. Kirchner no quiere fisuras entre sus hombres ni, menos aún, que sean reflejadas por los medios. El tratamiento que le da la prensa al Gobierno es una de sus obsesiones y hasta se encarga personalmente de aprobar o no la participación de sus funcionarios en programas de la televisión abierta que no sean de política pura.
Kirchner no sólo llama a los funcionarios para hacerles objeciones o pedirles favores. También los convoca a Olivos y ellos dejan sus puestos de trabajo sin siquiera consultarlo con Cristina. “Aunque a muchos no nos guste, está claro que somos funcionarios de los dos”, se sinceró uno de los ministros más importantes ante Crítica de la Argentina.
Un par de días antes de ocuparse de D’Elía, por ejemplo, Kirchner había llamado al ministro de Justicia, Aníbal Fernández, para que reprendiera a la titular del INADI, María José Lubertino, quien había dicho en declaraciones periodísticas que “Israel violó leyes del derecho internacional y ahora se le volvió en contra”, una frase que provocó el enojo de la comunidad judía.
El viernes, Kirchner formalizó sus intromisiones en el Poder Ejecutivo. Designó a su vocero y hombre de absoluta confianza, Alfredo Scoccimarro, como nuevo subsecretario de Medios, quien a partir de ahora tendrá injerencia directa en las estrategias comunicativas del Gobierno y también en el reparto de la millonaria pauta publicitaria oficial.
Desde mitad de semana en adelante, habló varias veces con el titular de la CGT, Hugo Moyano, a quien le pidió que los sindicalistas de la CGT bajen la intensidad de la disputa mediática con el empresariado por las negociaciones salariales para este año. El diálogo del Ejecutivo con Moyano no pasa ni por el ministro de Trabajo, Tomada, ni por la Presidenta. El que habla de los temas que importan con “Hugo”, como lo llama Kirchner, es él mismo, según distintas fuentes oficiales.
El santacruceño trata temas en los que su esposa ni siquiera se mete, como la estrategia electoral para las elecciones legislativas de octubre. Recibe cada semana en la Quinta de Olivos a los gobernadores e intendentes de las provincias, a los que les promete y garantiza la construcción de obras públicas en sus distritos, como si fuera el ministro de área. O mejor dicho, el Presidente. (Fuente: Diario Critica de la Argentina).
Kirchner está en todo, como en sus épocas de presidente formal. No sólo en las grandes cosas, como el paquete de medidas para ayudar a los productores afectados por la sequía, un tema que trabajó sólo con su esposa, el titular de la AFIP, Ricardo Echegaray, y el secretario Legal y Técnico, Carlos Zannini: también se ocupa de temas que a simple vista parecen menores, como las declaraciones mediáticas de Luis D’Elía, que salió a criticar al jefe de Gabinete, a quien llamó “lamebotas de Israel”. Kirchner no sólo se ocupó de que el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, se comunicara con D’Elía para saber por qué dijo lo que dijo, sino que también llamó vía Nextel a los encargados de Infobae.com para que “bajen” de las noticias más destacadas los dichos de D’Elía, una práctica habitual en él. Kirchner no quiere fisuras entre sus hombres ni, menos aún, que sean reflejadas por los medios. El tratamiento que le da la prensa al Gobierno es una de sus obsesiones y hasta se encarga personalmente de aprobar o no la participación de sus funcionarios en programas de la televisión abierta que no sean de política pura.
Kirchner no sólo llama a los funcionarios para hacerles objeciones o pedirles favores. También los convoca a Olivos y ellos dejan sus puestos de trabajo sin siquiera consultarlo con Cristina. “Aunque a muchos no nos guste, está claro que somos funcionarios de los dos”, se sinceró uno de los ministros más importantes ante Crítica de la Argentina.
Un par de días antes de ocuparse de D’Elía, por ejemplo, Kirchner había llamado al ministro de Justicia, Aníbal Fernández, para que reprendiera a la titular del INADI, María José Lubertino, quien había dicho en declaraciones periodísticas que “Israel violó leyes del derecho internacional y ahora se le volvió en contra”, una frase que provocó el enojo de la comunidad judía.
El viernes, Kirchner formalizó sus intromisiones en el Poder Ejecutivo. Designó a su vocero y hombre de absoluta confianza, Alfredo Scoccimarro, como nuevo subsecretario de Medios, quien a partir de ahora tendrá injerencia directa en las estrategias comunicativas del Gobierno y también en el reparto de la millonaria pauta publicitaria oficial.
Desde mitad de semana en adelante, habló varias veces con el titular de la CGT, Hugo Moyano, a quien le pidió que los sindicalistas de la CGT bajen la intensidad de la disputa mediática con el empresariado por las negociaciones salariales para este año. El diálogo del Ejecutivo con Moyano no pasa ni por el ministro de Trabajo, Tomada, ni por la Presidenta. El que habla de los temas que importan con “Hugo”, como lo llama Kirchner, es él mismo, según distintas fuentes oficiales.
El santacruceño trata temas en los que su esposa ni siquiera se mete, como la estrategia electoral para las elecciones legislativas de octubre. Recibe cada semana en la Quinta de Olivos a los gobernadores e intendentes de las provincias, a los que les promete y garantiza la construcción de obras públicas en sus distritos, como si fuera el ministro de área. O mejor dicho, el Presidente. (Fuente: Diario Critica de la Argentina).
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